La ciencia, la libertad, la vida

Por Alejandro Ruidrejo 

El jueves 5 de septiembre, las principales autoridades de la Universidad Nacional de Salta (UNSa), hicieron entrega del título de Doctor Honoris Causa al Dr. Gabriel Adrián Rabinovich. El acto estuvo encabezado por el Vicerrector CPN Nicolás Innamorato, y el Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, Lic. Carlos Portal; y se dio en cumplimiento de la Resolución del Consejo Superior 22/2024, que dispuso la entrega “en virtud de sus sólidos antecedentes científicos y académicos que lo convierten en un investigador insignia de nuestro país”. En la entrega también estuvo el El Dr. en Filosofía, Alejandro Ruidrejo, quien se desempeña desde 2022 como Presidente del Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta, y emitió unas palabras al respecto que aquí compartimos.  

“17 Doctorados Honoris Causa en Medicina y 7 en Ciencia”, ese era el número de distinciones que Bernardo Houssay contaba, en 1958, cuando valoraba los méritos cosechados por el Instituto de Fisiología que había gestado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. La enumeración culminaba diciendo: “y, por fin, un Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1947”. 

El premio Nobel, el único en ciencia que tenía nuestro país hasta ese momento, no necesitaba de mayores aclaraciones, se sumaba al final: por fin, con todo lo que de satisfacción de un anhelo puede tener contenida la expresión; por fin, como resumen, como corolario necesario, pero también como el cumplimiento de algo que se ha demorado hasta desatar la ansiedad.  Un fin que no era el final, sino el inicio de una serie, la apertura de una sucesión en la que Federico Leloir y César Milstein se inscribirían. 

Ese Houssay nos es conocido, lo convoca cada discusión sobre el valor de la investigación científica argentina. Bajo otras formas tiene también la familiaridad propia de las celebridades con las que se nombran las calles de las ciudades.  En la comunidad científica y en la ciudadanía de a pie, ese nombre propio circula como expresión de un pasado monumental.

Un Houssay más desconocido nos es necesario para comprender la genealogía que entrelaza la ciencia, la libertad y la economía en la encrucijada de nuestra actualidad. El mismo año en que se le otorgó el premio Nobel, la universidad de Oxford lo distinguió con un Doctorado Honoris causa. Fue la ocasión de un discurso donde volvió a reafirmar que: 

«la ciencia necesita de la más amplia libertad y toda limitación de la misma lleva al estancamiento y la esterilidad … los grandes descubrimientos son la consecuencia de las investigaciones científicas desinteresadas, que se realizan sin ninguna preocupación de aplicarlas inmediatamente». 

La libertad que exige la ciencia, como toda concepción de la libertad, se inscribe en una trama de prácticas y discursos sociales que tiene su propio espesor histórico. La que demandaba Houssay se encabalgaba en el devenir de la medicina experimental de Claude Bernard, en los equilibrios compensadores del medio interno, y en la deriva que la fisiología tuvo hasta llegar a la homeostasis de Walter Cannon, el mismo que, siendo amigo del fisiólogo argentino, ayudó a financiar el Instituto de Biología y Medicina Experimental, como expresión de la solidaridad científica pero también como gesto de resistencia política a lo que consideraba una violación de las libertades fundamentales en nuestro país. Era la época en que la fisiología y la reflexión sobre el buen gobierno político se ordenaban en torno a la apuesta por una forma de la libertad, que analogaba el cuerpo individual con el cuerpo social. 

También en 1947, Michael Polanyi, quien había dictado en la Universidad de Durham las conferencias Riddell bajo el título de Ciencia, libertad y sociedad, se integraba a la Sociedad Mont Pelerin, para debatir sobre las formas en que la libertad de investigación, y el orden espontáneo de la comunidad científica mantenían semejanzas y diferencias con la libertad económica que intentaba reformular esa usina del pensamiento neoliberal. 

Las traducciones de textos fundamentales de Polanyi sobre la libertad y la comunidad científica que aparecen en la Revista Ciencia e Investigación, indican la importancia que sus tesis tuvieron para quienes intentaban configurar el desarrollo del campo académico argentino. Una de las características de Polanyi consistía en el modo en que intentaba dar cuenta de las particularidades de la libertad en las distintas esferas de la cultura, ya sea en la ciencia, el derecho o la economía, por eso, en sus reflexiones sobre el financiamiento de las actividades intelectuales, puede leerse que:

«Los inventos y otros avances tecnológicos se parecen a los avances de la ciencia pura en el sentido de que son más beneficiosos para la sociedad cuando todo el mundo puede aprovecharlos libremente, pero se diferencian de los avances de la ciencia pura en que sólo pueden justificarse mediante la prueba de la rentabilidad. Resulta interesante ver cuán difícil es concebir instituciones que brinden una prueba comercial de la rentabilidad de los inventos y que, sin embargo, permiten el libre acceso de todos al conocimiento que ellos brindan». 

 

La ciencia, la libertad y la economía le presentaban dilemas a un segmento del nuevo liberalismo que se moldeaba en los debates de la primera mitad del siglo XX. La universalidad, la cooperación y la autonomía, requeridas para la configuración del orden espontáneo de la comunidad científica debían poder encontrar la forma de converger con el imperativo de la propiedad privada implicado en la lógica de las innovaciones tecnológicas.

Siguiendo el hilo de esos dilemas se encuentra la expresión de distintas apuestas de nuestras comunidades de investigación en el intento de resolverlos. Es posible reconocer el hilvanado de los esfuerzos por responder a la cuestión de la “utilidad de la ciencia”.  En un largo derrotero sin origen unívoco, pero con hitos indiscutibles, nos es permitido recortar una genealogía parcial, aunque no caprichosa, que une los nombres de Bernardo Houssay, Arturo Oñativia y Gabriel Rabinovich. Una continuidad nos es concedida cuando relevamos la voluntad de hacer converger la investigación científica y la innovación tecnológica. Houssay premio Nobel en fisiología, hace cien años, había encomendado a su colaborador Alfredo Sordelli, que prepare insulina en el Instituto Bacteriológico Malbrán, esa decisión fue el inicio de un recorrido que condujo a la creación de la primera unidad de vinculación tecnológica en el IBYME en 1993 y la producción de insulina humana recombinante en nuestra actualidad, gracias al trabajo sostenido por Eduardo Charreau.

Estamos habilitados a sostener que el anhelo de una biocracia, una racionalidad de gobierno de las poblaciones de raíz fisiológica, impulsada por Walter Cannon, puede suponerse transformado y apropiado bajo los proyectos de índole clínico y social de Houssay, que se extendían sobre el ámbito de la medicina social, la salud mental y la producción de alimentos.

Es con el desarrollo de la tecnología de los alimentos, que nuestra universidad encontró al primer presidente de su Consejo de Investigación, liderando el proyecto de producción de harinas enriquecidas con proteínas a bajo costo. Desde 1974 hasta 1978, nuestra comunidad de investigación fue protagonista de un trabajo sostenido por financiamiento internacional, que contó con el apoyo de Conicet y que brindó los elementos para que a través del gobierno provincial se produjese, a escala industrial, un alimento central para la lucha contra la desnutrición. La frustración de este último paso es la memoria dolorosa de un vacío, de una demanda persistente hacia quienes puedan asumir la tarea de darle forma viable. 

Al momento de otorgar el Doctorado honoris causa a Gabriel Rabinovich, nuestra Universidad destaca el hecho de que se trata del cofundador de GALTEC-LIFE (SAS), empresa de Base Tecnológica, que busca transformar los descubrimientos científicos de tres décadas en nuevas estrategias terapéuticas para el tratamiento del cáncer y de enfermedades autoinmunes e inflamatorias. 

Como comunidad universitaria nada nos resta una vez brindado el máximo de los honores que nos es posible otorgar, pero ese límite tiene la potencia de incitar a la indagación sobre aquello que pone en valor el reconocimiento. Como respuesta, hemos elegido el parentesco que burla las primogenituras, optamos por las sucesiones legitimadas en los aires de familia, en la inesperada semejanza de lo distante, en los gestos que dispersos en los tiempos y las geografías se muestran gobernados por una misma voluntad.  La genealogía en la que se inscribe el trabajo de Gabriel Rabinovich, no está detenida en la esfera de los prestigios, sino que vive en la interpelación a las formas que la ciencia, a la libertad y a la economía, deben adquirir en nuestro presente para que la vida individual y común nos sean posibles. Desde ese punto de vista, celebramos el poder sumar una nueva distinción a la cuenta de Houssay, por fin

 

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