HISTORIAS QUE CONECTAN «Quique Heredia» El médico que nunca dejó de soñar

Una vida marcada por la vocación

Enrique “Quique” Heredia tiene 68 años y más de 40 años de ejercicio en la medicina. Nació en Salta, en una familia numerosa fue el mayor de seis hermanos. La orfandad paterna lo obligó a asumir responsabilidades muy temprano y a postergar su sueño de ser médico. Primero eligió estudiar Ciencias Económicas en la UNSa, convencido de que esa carrera lo ayudaría a sostener a su familia y, más adelante, a financiar los estudios de medicina.

Sin embargo, la vida lo sorprendió con una segunda oportunidad. En 1977 se trasladó a Tucumán y comenzó a estudiar lo que realmente lo apasionaba. Fue un camino arduo, trabajaba, estudiaba y al mismo tiempo criaba a sus hijos junto a su esposa, también profesional. No había comodidad ni abundancia, pero sí disciplina y convicción. Heredia suele repetir que lo que parecía imposible terminó siendo una construcción colectiva de apoyos, sacrificios y mucho esfuerzo.

La beca que lo cambió todo

Un punto de inflexión en su historia llegó con una beca de la Fundación Banco Noroeste, gestionada por empresarios salteños. Ese crédito de honor le permitió continuar sus estudios cuando ya tenía tres hijos y las dificultades económicas eran enormes.

El compromiso fue devolverlo en trabajo, y así lo hizo durante diez años en los que recorrió pueblos y ciudades de Salta, así donde el Estado lo necesitara. No habla de ese tiempo como un sacrificio, sino como un privilegio, cada guardia en el interior, cada consultorio improvisado, cada familia atendida, se transformaron en la verdadera escuela de la medicina social que lo marcaría para siempre.

El servicio como motor

La carrera de Heredia estuvo atravesada por una constante, el servicio. Llegó a ocupar cargos de gestión sanitaria —fue director, subsecretario, ministro de Salud—, pero insiste en que nunca buscó un puesto, sino la posibilidad de ayudar a más personas. La enseñanza de su maestro, el doctor Enrique Tanoni, le dejó una huella profunda: ponerse en el lugar del paciente, escuchar, y pensar primero en los más vulnerables.

“Nunca busqué un cargo, siempre busqué servir”

Su forma de entender la medicina fue primero los niños, las mujeres y los ancianos. Esa mirada lo acercó a la atención primaria y a una práctica médica donde la empatía es tan importante como el conocimiento técnico.

El aula, otra forma de curar

“La educación es lo único que nivela hacia arriba. Lo que tanto me costó aprender, puedo devolverlo gratuitamente a mis estudiantes”.

Cuando llegó a la docencia universitaria, descubrió otra manera de transformar la realidad. Para él, enseñar no es un pasatiempo, sino una obligación ética: devolver lo que la universidad pública le brindó. Desde hace años acompaña a los estudiantes de primer año, a los que recién se inician, y también a los que están a punto de recibirse.

La energía que encuentra en las aulas lo mantiene vital. Enseñar, asegura, le devuelve la juventud de los 21 años cuando él mismo empezó la carrera. Su método no se basa solo en libros o exámenes, sino en transmitir experiencias, ejemplos de vida y un principio fundamental: la disciplina puede más que cualquier obstáculo.

El desafío de hacer medicina en Salta

Uno de los orgullos más grandes de Quique Heredia fue haber participado en la creación de la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Salta. Lo que parecía un sueño imposible se convirtió en realidad en 2011, cuando los primeros estudiantes comenzaron a cursar, y se consolidó años después con la primera cohorte de egresados.

La idea había nacido mucho antes, en 2001, pero fue recién con la gestión del contador Víctor Hugo Claro como rector que la propuesta tomó fuerza. “Me contagié del entusiasmo del contador Claros, que fue un verdadero motor. Yo puse la técnica más que la política o la gestión, y con eso no hubo imposibles”, recuerda Quique.

El camino no fue sencillo, faltaban fondos, había que generar recursos año a año, y muchos de los que acompañaron ese proceso quedaron en el camino. “Se nos murieron colegas, asesores, docentes, hasta integrantes de los PAU. Fue realmente un esfuerzo colectivo, con mucho sacrificio”, dice con la voz cargada de memoria.

El premio llegó con la primera promoción de 14 egresados, un grupo tan diverso como representativo del espíritu de la UNSa. Solo una de ellas era hija de médicos. Entre ellos estaba un enfermero de la propia universidad, una mujer de 54 años, y jóvenes que habían viajado desde lugares tan lejanos como Nazareno. “Eso es lo más valioso: demostrar que la medicina puede y debe estar al alcance de todos los que estén dispuestos a entregar esfuerzo y vocación”, afirma.

Para Heredia, esa conquista no solo transformó a la universidad, sino también a la provincia: abrió la puerta a una generación de profesionales que eligieron quedarse y servir en su tierra. Y lo dice sin dudar: “Si tuviera que volver a empezar, me sumaría otra vez, por el mismo criterio”.

Un mensaje para las nuevas generaciones de médicos

Hablar de medicina es, muchas veces, hablar de vocación, pero también de sacrificios. Heredia lo sabe bien y no suaviza su relato; materias difíciles, noches sin dormir, la frustración ante los errores y el dolor de perder a un paciente forman parte del camino. Sin embargo, también subraya las recompensas que ofrece esta profesión, la posibilidad de cuidar, de acompañar, de marcar una diferencia real en la vida de las personas.

“No es una carrera para privilegiados, es una carrera para disciplinados”

Este año, Salta se destacó en el ámbito académico con el ingreso de 15 médicos a residencias en los primeros puestos. A nivel nacional, otros cuatro salteños lograron ubicarse en posiciones de excelencia en especialidades altamente competitivas como cirugía general, cirugía infantil, neurocirugía y anatomía patológica.

Lejos de considerar la medicina como un privilegio reservado para unos pocos, Heredia insiste en un mensaje claro para quienes hoy transitan las aulas universitarias: la clave no es el talento, sino la disciplina. “La medicina no es para privilegiados, es para disciplinados”, sostiene con convicción. Y resume su filosofía en una frase que repite como mantra desde los inicios:

“Yo quiero, yo puedo, yo lo voy a lograr”.

El legado de un maestro

Con casi cinco décadas de ejercicio, Heredia sabe que su tarea no termina en lo personal. Su verdadero orgullo es ver a sus discípulos superarlo, acceder a residencias prestigiosas, ocupar lugares destacados y, sobre todo, ejercer con humanidad.

Está convencido de que la medicina no se aprende solo en los libros, sino en el ejemplo de los buenos maestros. Por eso, cuando habla de su futuro, lo hace con serenidad: el día que le toque retirarse, quedará un grupo de médicos y médicas formados no solo en técnica, sino en ética y empatía. Ese es, para él, el mejor legado.

“Sanar a veces, cuidar siempre, acompañar en los momentos difíciles”

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