En la Universidad Nacional de Salta, cada examen importante no ocurre solo dentro de un aula.
También sucede en los pasillos, en los bancos de espera, en las manos que se entrelazan y en las miradas que buscan una señal detrás de una puerta cerrada.
Ahí está Rubén, esperando. Trabaja como obrero desde hace años y llegó a la universidad directo desde su empleo. Su hija rinde la última materia de la carrera. Él no sabe exactamente cómo es el examen, pero sí sabe todo lo que costó llegar hasta acá: los horarios ajustados, el cansancio, las dudas, las veces que pareció imposible. Su presencia es silenciosa, pero firme. Está ahí porque cree, porque acompaña, porque nunca soltó.
Unos metros más allá está Mariana, con el mate tibio entre las manos. Viene de una familia de clase media, donde estudiar siempre fue una meta, pero no un camino sin obstáculos. Su compañero está adentro defendiendo su trabajo final. Ella recuerda las noches largas, los miedos, las charlas para no rendirse. Estar afuera hoy es también ser parte de ese logro.
En la UNSa, nadie se recibe solo.
Cada título es el resultado de un recorrido compartido, de vínculos que sostienen cuando las fuerzas flaquean. Familias, amistades, parejas, compañeros de cursada: una red invisible que acompaña, espera y confía.




Para algunos es solo el cierre de un semestre.
Para otros, es el último paso de una etapa que cambió sus vidas. Y para quienes esperan afuera, es la confirmación de que todo el esfuerzo valió la pena.
Cuando la puerta se abre y aparece la sonrisa, no importa de dónde se venga ni qué historia personal haya detrás. Lo que se siente es orgullo.
Orgullo por quien logró llegar, y por una universidad pública que hace posible que los sueños se construyan en comunidad.
Porque en la Universidad Nacional de Salta, cada graduación es mucho más que un título: es una historia compartida que merece ser celebrada.
















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